inaguro este rincón...
orillero...

de este lado ya había
mates llenos de risa,
mucho ruido,
y muchas nueces,
luces brillos jazz y tango,
montones de preguntas sin contestar,
un dolor silencioso e innombrable,
las palabras mas sensatas
en boca de quien prefirió decir dibujando,
y una vedette con preocupaciones geopolíticas...

traigo de allá,
un poco de carnaval en la mochila,
la nostalgia que pesqué en el río,
unos cuantos abrazos,
algo de magia que pasó de contrabando,
ladridos del tafa,
piedritas de lagos y mares en los zapatos,
el sonido de los tambores,
y un poco de maquillaje que me dejó un murguista al bajar del tablado

vamos a ver qué sale...
quien sabe...





hacia abajo

Es jueves. Son las once y cuarenta de la mañana. Ramiro sale de la pensión abrigado con un sobretodo gris que tiene casi tantos años como él.

Se quedó sin puchos, y no puede trabajar sin puchos.

En realidad Ramiro hace días que no está pudiendo trabajar, pero la idea de que su problema se solucionará con un atado de Parisiennes es tan tentadora, que empuja a Ramiro a salir a pesar de la mínima sensación térmica que advierte la radio.

Alucinando con anticipación el sabor del humo en su boca, Ramiro cruza la calle sin mirar a la derecha, ni a la izquierda (lo que de todos modos hubiera sido inútil, ya que no es una calle doble mano).
Si queremos saber hacia dónde mira Ramiro cuando cruza la calle, podemos decir que mira hacia adentro, sin poder arribar a más precisión, que al fin y al cabo Ramiro no es un hombre de precisiones.

En ese estado de soledad cruza la calle Ramiro, sin intención de conectarse con ningún elemento exterior que no sean los puchos, cuando un ruido confuso lo expulsa con violencia de su encierro.
Mientras va cayendo, impulsado por un golpe certero en su cadera derecha, Ramiro traduce esos sonidos: bocinazos, frenos que se fuerzan, un alarido de horror que proviene de la vereda de enfrente.

Los adoquines cada vez más cerca de su cabeza, un auto que se dibuja de refilón a la derecha de su campo visual. La cara de espanto de una mujer en la vereda, y Ramiro que mientras va cayendo llega a preguntarse si será la misma que gritaba.

Brotan preguntas en Ramiro mientras va aproximándose al suelo: ¿quién maneja el auto? ¿llegará a poner las manos antes de que su cabeza golpee contra los adoquines? ¿el auto ha logrado frenar o le pasará por encima? ¿alguien estará llamando una ambulancia?
Durante las caídas sólo hay preguntas, piensa Ramiro recordando el descenso de Alicia en la madriguera. Durante las caídas, sólo preguntas, repite Ramiro en el instante previo a tocar el piso y que todo se apague.

3 comentarios:

mato dijo...

la cosa es si hay respuestas después de que todo se acabe.

pd. me gustó!

valkiria dijo...

es una buena pregunta... y me parece que vale también para algunos de tus cuentos, no?

mato dijo...

seguro, es LA pregunta ahí