inaguro este rincón...
orillero...

de este lado ya había
mates llenos de risa,
mucho ruido,
y muchas nueces,
luces brillos jazz y tango,
montones de preguntas sin contestar,
un dolor silencioso e innombrable,
las palabras mas sensatas
en boca de quien prefirió decir dibujando,
y una vedette con preocupaciones geopolíticas...

traigo de allá,
un poco de carnaval en la mochila,
la nostalgia que pesqué en el río,
unos cuantos abrazos,
algo de magia que pasó de contrabando,
ladridos del tafa,
piedritas de lagos y mares en los zapatos,
el sonido de los tambores,
y un poco de maquillaje que me dejó un murguista al bajar del tablado

vamos a ver qué sale...
quien sabe...





¿Vio?

La verdad es que desde que llegó al edificio el señor Olmos siempre me pareció un poco... raro.

No, no sé... no sabría decirle exacto qué era; pero recuerdo que desde el primer día que lo vi me dio desconfianza.
No era maleducado, no. Pero era de esas personas que se nota que nunca sonríen, ¿vio?
No le recuerdo frase que no sea “permiso”, “buenas tardes”, “buenos días”. Nada más. Fuera de eso, señor comisario, el señor Olmos nunca hablaba con nadie. ¿Lo puede creer? Nunca.
Al principio no hacía mucho ruido, y que yo sepa nunca venía gente a visitarlo; al menos en horarios decentes, en los que una está despierta.
Recuerdo que desde los primeros días ya entraba a su departamento con unas bolsas negras enormes, como de consorcio. Y también sacaba mucha basura.

¿Cómo dice? Ah, y por lo menos una bolsa grande por día, o dos... Enseguida nos dimos cuenta de que era mucho para un señor que vive solo, ¿verdad?
No hacía muchas compras. No se qué era lo que tiraba, porque nunca lo dejaba en el cuartito del pasillo, no no no... siempre bajaba la basura hasta la puerta, justo a la hora en que pasaba el camión. No digo que me hubiera fijado, tampoco. No me va a dar por revisarle la basura a los vecinos, no vaya a pensar, pero al menos tendría alguna idea... algo para contarle...

¿Cómo? No le entiendo qué me quiere decir, señor comisario...
Ah, sólo lo que yo vi... sí sí, le entiendo... sí sí sí, sigo, sigo...
Lo primero que nos llamó la atención a todos fueron esos dibujos que se le cayeron en la escalera... eran de lo más horrorosos... dibujos de cuerpos de mujeres desnudas, comisario ¡desnudas! Y dibujos de partes de cuerpos... se lo digo y me vuelven a dar los escalofríos aquellos, como cuando doña Mercedes, la señora del segundo “A” ¿vio? los encontró y me los trajo para que los viera.
Entonces todos empezamos a prestar más atención. Imagínese, con las cosas que uno ve en la tele, con todo lo que pasa...
Y ahí empezamos a notar los ruidos. No eran muy fuertes, pero siempre iguales, se notaba que cortaba o rompía algo, no se qué, usté me preguntará si me sonaba a que eran huesos, pero no le podría contestar, porque yo no sé como suena un hueso cuando lo cortan. Pero era algo duro, que hacía un ruido espantoso cuando lo rompía, eso seguro...

¿Qué cosa comisario? Ah... ¿que no me preguntó lo de...? Sí sí sí, es un modo de decir, ¿vio? Sí sí sí.... que no es un interrogatorio, que declare nomás, sigo, sigo...
Martín, el muchacho que vive al lado del señor Olmos, le comentó a mi hija que siempre se oía música. Esa música de orquesta, ¿vio? ¿Cómo se dice? Clásica, sí sí, eso, música clásica; y que había notado que cuando esa música subía el volumen, se oían de fondo más ruidos adentro del departamento del señor Olmos. ¿no le parece un horror comisario?
Lo peor eran los llantos. Eso era menos seguido, pero cada tanto se escuchaba, un llanto, suavecito, como de niño... se lo cuento y se me pone la piel de gallina, fíjese...

¿Esta mañana? Sí sí sí, yo le contaba lo otro, ¿vio? Para que entienda, como venía la mano... Pero claro, a estas horas, usté ya se querrá ir de esta oficina, ¿no? Tan chiquita esta oficina, y ni una ventanita, señor comisario, ¿no se ahoga acá adentro con estos calores?

Esta mañana, sí sí sí... bueno.. esta mañana yo estaba en casa, preparando puchero. Le aclaro que era puchero, porque con el vapor de la cacerola yo no sentí nada del olor que venía de afuera. Así que recién me enteré cuando ya estaban otros vecinos y empezaron a hacer ruido. Ya cuando había mucho ruido, porque antes como estaba con la radio escuchando el programa del Negro Oro, que me encanta y que lo escucho siempre, no me di cuenta de que ya estaban todos ahí en la puerta, enfrente de mi casa.
Parece que se sentía un olor de algo peligroso... ¿cómo? Ah, no sé no sé... yo no sabría decirle, por esto que le explicaba del puchero, pero el doctor Pantano, el del cuarto “A” que es un señor muy serio, me dijo que tuvo que bajar de su casa a ver de dónde venía ese olor, y estaba muy preocupado el doctor, así que debía ser muy muy peligroso pensamos todos ¿vio?
Yo cuando salí ya estaba el doctor, y doña Mercedes, y la señora del encargado con su hijo, el Quique, ese grandote ¿vio? El que está sentado acá en el pasillo, atado...

¿Qué me dice? Ah, claro claro, esposado, sí... eso quise decir.
Sigo, sí sí, sigo... Parece que hacía rato que le tocaban timbre y el señor Olmos no abría, y ahí todos empezaron a sospechar, claro... ¿por qué no le iba a abrir a los vecinos, no? Algo seguro que escondía, pensamos todos. ¿Me entiende, señor comisario?
Y ahí nomás fue que el Quique, el hijo del encargado, ese que le decía, empezó a tratar de abrirle la puerta.

¿Cómo? Ah...no sé...pateando la puerta, digo yo, que lo habrá intentado...Pero no, yo no estaba, estaba adentro, ¿se acuerda? con la radio y el puchero.
Con esos ruidos fue que yo salí al pasillo. Imagínese, la impresión que me dió, que ni apagué el puchero...
Y cuando la tiró abajo la puerta ahí estaba parado el señor Olmos, con una cara de susto que usté no se puede imaginar, pero congelado ahí nomás y no llegó a decir palabra antes de que el Quique se le fuera encima.
Y yo ahí ni mirar quise, que me dan una impresión bárbara esas cosas, pero escuchaba los golpes y al Quique que le gritaba, como un loco: “ya no te vas a meter más con nadie” le decía, “viejo asesino” y otras cosas que yo no me animo a repetir delante suyo, señor comisario... y el señor Olmos no decía nada. No sé, al menos si hubiera dicho algo... quién sabe qué habría pasado, pero calladito se dejaba pegar, como quien sabe que se lo merece, ¿vio?
Y bueno, después de un rato ya hubo que pararlo al Quique porque el señor Olmos ni se movía...
Y ahí entramos a la casa, y recién ahí vimos como era la cosa, cuando abrimos las ventanas para que se fuera el olor, que parece que al final era de pegamento, o de pintura, no entendí bien. Recién ahí vimos los estantes, llenos de muñecas, que él arreglaba, parece. A quien se le iba a ocurrir, comisario, un señor grande, tan serio, ocupándose de esas cosas...

Eso sí, comisario... yo le quería preguntar.... si usté pudiera.... si pudiera decirme... con todo esto que pasó... el señor Olmos... está... ¿está vivo?

La Muñeca cruza el charco

Bajaron del barco con los rostros tan cansados como expectantes. Mas ansiosos de fumarse un pucho que de observar la ciudad que los recibía, se fueron amontonando en la salida del puerto, como juntando envión para arrancar.
Los colores de los trajes asomaban por debajo de las fundas, derramando un poco de carnaval sobre el gris asfalto del estacionamiento.
Algunos apuraban el amanecer de las gargantas entonando parte del repertorio.

Abrazos, sonrisas, preguntas. Ya estaban acá. Había llegado el día de actuar por primera vez fuera del paisito. “Nuestra primera presentación internacional” bromeó uno dándose coraje.

Como al azar, a repartir murguistas, trajes y mochilas en los autos que llegaron a recibirlos. Hacia el teatro. El trayecto no se parece en nada a una postal, y quienes viajan al lado mío tienen los ojos imantados a la ventana, como hipnotizados por las autopistas y los enormes depósitos del puerto.

Llegamos al Galpón de Catalinas. La “plaza techada” como gustan llamar a este teatro los vecinos de la Boca que lo construyeron, luego de años de presentaciones al aire libre.

Asado, cervezas, más abrazos. Infaltable la competencia entre los asados uruguayos y los nuestros. Con carbón en lugar de leña, los locales nos resignamos a perder por goleada.
Los minutos previos a la primera tanda de choripanes, los dedican a sacarse fotos y observar el colorido bajorrelieve que cubre el frente del teatro.
De un modo que no comprendo, pero disfruto infinitamente, rodeada de todos ellos siento como si hubiera sido yo quien cruzó el río.

Los veo entrar y salir del teatro repetidas veces, saboreando con anticipación la sala. Los veo planificar paseos a más sitios de los que podrán conocer en las pocas horas que pasarán acá: “¿Dónde queda Caminito?” “ ¿A cuánto estamos de San Telmo?” “¿Es muy lejos la cancha de Boca?”
Los veo como niños que salen de viaje por primera vez, mirando todo con curiosidad y asombro, mientras devoran el asado como si fuera el último, y se van acomodando a este lugar tan parecido como diferente.

Las chicas que acompañan, organizan decididas su excursión a Palermo mientras intentan, con tenacidad pero sin resultado, coordinar con dos de los muchachos el encuentro en uno de los hoteles antes del retorno al teatro.

Algo de la ebullición de la llegada se va diluyendo cuando surgen las primeras cuestiones a resolver. La iluminadora se encamina a investigar las luces del teatro. Algunos se ocupan de cómo preparar el escenario.
Mientras, Federico, el director, oculta su enorme cansancio para responder con entusiasmo a una entrevista de radio. Como buen oriental, a pesar de su agotamiento, no mezquina ni una sonrisa, ni una conversación fluida y amena.

El Pistola comienza con paciencia a arriar a su manada, disimulando en su queja por el desorden la pasión que siente por ocupar ese lugar de referencia.
Momento de distribuirse para instalarse en los hoteles que les asignaron. No dejo de asombrarme del tiempo y el esfuerzo que les lleva resolver algo tan simple, están tan desorientados como si tuvieran que armar un tetris con piezas redondas.
Hay algo de la organización de la Muñeca que siempre será un misterio: me pregunto qué hechizo les permite montar con precisión suiza esa trama tan compleja de voces, colores y movimientos, siendo que repartir 20 personas en 3 hoteles puede convertirse en una tarea titánica.
Al revés de cómo estaba planeado, finalmente los pequeños contingentes parten, no sin que se les recuerde una docena de veces que a las seis y media los esperan para la prueba de sonido.

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Cae la tarde. Hora de maquillarse.
Las primeras estrellas avisan que falta poco para salir a escena, y en la entrada del teatro se respira adrenalina.

Los rostros cansados van desapareciendo tras los dibujos en blanco y negro que realizan las maquilladoras. Las voces se acercan a ensayar, y quienes estamos por ahí dando vueltas no podemos evitar la tentación de arrimarnos a escuchar.
De a poco, la metamorfosis de los integrantes se va completando, y ya casi no reconozco a algunos. Va llegando gente al teatro, y en la puerta una mesa con abundante comida y bebida empieza a recibir al público.

Minutos antes de dar sala, los murguistas finalizan su ensayo. Reconozco en sus bromas la misma inquietud previa al primer tablado en Tres Cruces, y a la presentación en el teatro de verano. Me alegro en silencio al verlos así, sabiendo que, con ese empuje, la función puede ser la primera de muchas más, en esta ciudad que puede volverse monstruosa si no se avanza sobre ella con valentía.

La gente entra de a poco al galpón. Algunos rezagados compran empanadas y gaseosas a último momento, y las llevan para comer en la sala. El Galpón de Catalinas tiene esa magia que permite sentirse a mitad de camino entre el teatro San Martín y un asado con amigos.

Las luces se apagan. Siento en el aire un infiltrado aroma a febrero. El sonido de la batería se asoma desde el pasillo, y detrás llega la murga cantando con osadía y bailando con entusiasmo.

Los murguistas nos vas introduciendo despacio en un territorio encantado desde el que miran a su pueblo con tanta dureza como cariño. El Toro hace lucir a sus personajes, acentuando los tonos y alargando las pausas. Cerca de mí, en el extremo izquierdo, Gonzalo ofrenda su baile como entregado a un ritual sagrado mientras intercambia con Ruben fugaces miradas teñidas de una envidiable complicidad infantil.
Desde un rincón semioculto que ha seleccionado luego de muchos cálculos para una visión panorámica, el Lechu observa todo con minuciosidad, sosteniendo con su mirada el andamiaje de la presentación de sus compañeros.
A Fede se le escapa una inmensa y franca sonrisa, mientras distribuye sus miles de oídos aquí y allí para repartir pequeños gestos entre todos los integrantes con una velocidad y sutileza de prestidigitador.
El Cachorro, como un duende travieso, juega agazapado a extraer deliciosos sonidos de sus platillos . En las miradas de todos hay destellos de felicidad y orgullo.
Tienen motivos de sobra.

La función sale redonda: la gente se ríe, se emociona, aplaude.
La Muñeca invita, en pleno invierno, a jugar el juego del carnaval, y el público se enciende.
Las canciones son puentes entre los murguistas y quienes los escuchan, puentes entre Montevideo y Buenos Aires.

Al ritmo del bombo y el redoblante, un puente que une mis dos orillas está allí, aunque nadie lo vea.

El espectáculo 2008 termina, pero todos sabemos que nadie quiere irse. Así que los murguistas nos regalan, y se regalan, unas cuantas canciones de yapa, para salir finalmente a invadir la calle de música.

La fiesta termina en aplausos y abrazos.
Y esta ciudad, que había olvidado el carnaval hace tiempo, queda perfumada por una noche de buenos aires montevideanos.

(Buenos Aires, septiembre 2008)

Domingo

“No lo encuentro” dijo Daniel a Marcelo en la puerta del patio.
“¿Cómo que no lo encontrás, pelotudo? Si estaba ahí recien...”
“Si. Ya se. Pero me di vuelta para saludar a la vieja y no se... no lo vi más”
Marcelo miraba a Daniel con fastidio. Aún se asombraba de lo inútil que podía ser su hermano menor.

Hacía cinco años que repetía la rutina cada domingo. Pasaba a buscar a su padre, luego a Daniel, y partían rumbo a Ezeiza, a ver a la vieja.
Seguía sintiendo cada domingo a la mañana el mismo dolor de estómago, la misma sensación de pesadilla, de “esto no puede estar pasando”, que sintió el primer día.
La vieja en cana. Increíble.
Y por honesta (“por boluda” decía el tío Carlos) Porque luego de darle el ladrillazo al hijo de puta que quiso afanarle la cartera, se fue derechito a la comisaría.
Homicidio. Con atenuantes, si si. Pero lo mismo le tocó ir al penal.
Hacía 5 años la misma rutina. El mismo horror.
Los cuatro compartiendo unos sanguchitos y una coca en ese patio inmundo.
Los cuatro sin saber que decir en ese obligado y lúgubre pic nic de cada domingo.

Recién se habían despedido de ella. “Hasta el domingo que viene, cuidate vieja, nos vemos”
“Bancame dos minutos que voy al ñoba” había dicho Marcelo.
Dos minutos. Dos minutos y ahora ya era media hora buscando al viejo en los pasillos del penal, cada vez con más personal alrededor, cada vez más ojos encima de ellos dos. Ojos acusadores como los que aparecían en los sueños de Marcelo desde hace cinco años. Ojos que lo miraban como si fuera el hijo de una asesina y ahora sumaban el agravante de que ni siquiera podía cuidar de su propio padre.
“Dónde carajo se puede haber metido” se preguntaba Marcelo una y otra vez mientras caminaba por los oscuros y descascarados pasillos del penal.Había pasado más de una hora cuando escuchó lamentos y gritos en un tono más que familiar. Los dos hermanos y los cuatro oficiales que los acompañaba corrieron hacía el lugar desde donde venían esos sonidos. En el fondo del comedor, tres osos vestidos de policías intentaban, inútilmente, que su padre se soltara de la cintura de la vieja, que lo miraba entre orgullosa y horrorizada.

Presagio

Debían llegar en cualquier momento. A Juliana las esperas breves siempre se le hacían más insoportables que las extensas. Cinco minutos aguardando un llamado eran, sin ninguna duda, mucho más largos que los ocho años que duró su carrera de arquitecta.

A las ocho habían dicho. Eran ocho y diez, así que la espera ya no tenía medida.

Desde que él se lo contó, había tenido un mal presentimiento. Había algo que la inquietaba en ese plan. “Son sólo dos días, llegamos el 31 y brindamos juntos” le había dicho Rodrigo dos semanas atrás.
Y Juliana aceptó. Aceptó sabiendo, a pesar de su intranquilidad, que cualquier argumento que opusiera iba a parecer un capricho.
¿Era que no quería empezar sus vacaciones sola? No. Lo había hecho otras veces, y no había sido un problema. Aún así, había algo en ese plan que no le cerraba. Algo le decía que no era una buena idea. Algo.
Pero Rodrigo estaba tan entusiasmado con la posibilidad de pescar a la encandilada con sus amigos, que la conmovió y la invitó a desestimar su intuición.
“Nos encontramos allá de nochecita” le dijo abrazándola al despedirse “Me esperás con una picadita y una cerveza” agregó intentando seducirla con la propuesta.

Así que allí estaba Juliana.
La picada intacta sobre la mesa.
La cerveza en el freezer.
Allí estaba Juliana acompañada sólo de su mal presagio.
Ocho y media. Nueve.
No se sorprendió de que pasara la hora y no llegaran. En el fondo, ya lo sabía.
Llamó repetidas veces al celular de Rodrigo. Nada.
No tenía a quien recurrir. Nadie en kilómetros a la redonda de esa playa desierta. Y encima año nuevo.
Nueve y media. Diez.
Los minutos caían con cuenta gotas
Un vaso con whisky al que se acercaba y del que se alejaba, era su única referencia.
Pasadas las once recibió en su celular la llamada del hospital. La estaba esperando.
“¿La señora de Mendizábal?”preguntó una voz esterilizada del otro lado del teléfono.

Lo que esa voz dijo, no quedó registrado en la conciencia de Juliana. Como algo automático, el nombre del hospital y el número de habitación pasaron directamente a su mano, que lo apuntó en una de las servilletas que estaban en la mesa.
Ya tenía todo listo: el bolso, las llaves del auto, un abrigo. Bebió el medio vaso de whisky que aun quedaba y salió.

La madre

Le tenía miedo. No lo sabía, pero le temía mucho.
Bueno, en realidad si lo sabía, pero lo sabía como se sabe con el cuerpo, aunque jamás hubiera podido decir: “le tengo miedo”.

Le temía porque no se parecía a ninguna de las otras mamás.
Le temía porque ante cualquier cosa que Soledad dijera, su madre le dirigía una mirada fulminante de reprobación, aún las veces en que luego de esa mirada pronunciara frases como “si, mi amor”, o “como vos prefieras”.

Le temía más que por lo que hacía, por aquellas cosas que nunca había hecho: jamás una caricia sobre su cabeza, ni una sonrisa al verla jugar, ni una mirada de preocupación al verla trepada en lo alto del pino del fondo.

Le temía porque en los once años de convivir con ella, no había dado ningún indicio de qué era lo que esperaba de Soledad. Aunque si era claro, por la minuciosidad con que la observaba, que algo esperaba. Algo que ella nunca adivinaba, algo que ella nunca podía hacer.
Era esa inmensa expectativa colgada en los ojos de su madre lo que Soledad más temía. Esa intraducible expectativa.

Carta de amor desde un edificio en llamas

Carta de amor desde un edificio en llamas

Ojalá el fuego no se lleve estas palabras.
Hace segundos acepté que probablemente no vuelva a verte y descubrí aterrada la cantidad de cosas que tenía para decirte.
No lo sabía. Te juro que no sabía que guardaba silencio.

Solo cuando el humo tapó casi por completo lo que veían mis ojos, pude divisar que hacía tiempo había dejado de cuidar el pequeño mundito que hace años habíamos empezado a construir.
La maldita excusa del trabajo. Del progreso. El sacrificio para estar mejor.
Y ahora acá, encerrada en esta oficina de mierda, me importan un carajo las vacaciones en Venecia, la pileta de la casa de Pilar, y el lavavajillas.
Ahora devolvería cada uno de esos inútiles objetos y pediría a cambio una noche.
Una noche silenciosa, que me permita volver a oír las incomprensibles palabras que se te escapan entre sueños. Una noche para quejarme de cómo me destapás. Una noche para que me abraces dormido con esa decisión que jamás tenés cuando estás despierto.
Una noche...

otras cosas de ayer

Refugio (al Rayo)

En tu abrigo
de humor clandestino
sin prisas, sin ruidos
me puedo ocultar

Como un rito
que invento, que es nuestro
cambiamos el mundo
de un trago nomás

Esta orilla
tan lejos, tan cerca
su arena me alienta
a soñar algo más

Con silencios
mojados de río
despierto, despego
y el tiempo echa a andar

Palabras eclipsadas

heladas páginas en blanco
me acusan
de sólo latir

apenas puedo
hundir más silencios
en el muro
pálido
que me aguarda
colmado de palabras eclipsadas

enmudecen mis manos
amarradas al aroma
de tu ausencia

y espero
callando a gritos
un día
más

taller celta bar (4)

Prupuesta: Escribir a partir de una noticia del diario: alumnos de secundario se escapan en una feria de ciencias.

“Que pendejos hijos de puta. Los odio. Los odio con todo mi ser”
Eso pensaba Adriana Benvenuto mientras caminaba rumbo a la dirección de la escuela.
La gorda Malatrasi la había mandado llamar y seguramente la humillaría delante de todos con un sermón plagado de lugares comunes.
Se habían ido todos, todos.
El taller estaba repleto con todos los alumnos de la escuela.
Adriana había esperado ansiosa ese día. La gestión para invitar aquel ceramista peruano para dar una charla a los alumnos había sido el motor de su existencia desde hacía meses. Y lo había logrado.

Todo estaba preparado. Se suspendieron las clases y todos los cursos fueron ocupando su sitio en aquel lugar lleno de polvo de arcilla y esmaltes.

Les había pedido especialmente a sus alumnos de primero que fueran respetuosos. Conocía el nivel de bullicio habitual de esas veinte endemoniadas almas, y les hizo prometer que no interrumpirían la conferencia con sus chistes. Se lo juraron.

Todo estaba dispuesto. Adriana estaba atenta a cada detalle. El grupo de primero segunda, tan temido, se sentó tranquilamente en el fondo, bajo la ventana que da a la calle Bulnes.

Adriana los tenía de frente, para vigilarlos, y su invitado de espaldas. “Mejor imposible” se dijo imaginando posibles bromas silenciosas.

Su invitado comenzó a hablar. Adriana se sentía orgullosa. La directora por primera vez le reconocería el esfuerzo dejado en esa escuela.

Hasta que de pronto los vio. Martín abrió la ventana, detrás del armario, la miró, le sonrió, y salió. Detrás de él, Leo.
No supo que hacer, quedó congelada. Las directora no los veía desde su sitio y ella pensó que interrumpir la charla para evitar que se escaparan dos alumnos la dejaría muy mal parada.
Así que hizo silencio. Gran error.
Luego de una pausa de segundos, uno a uno, todos los alumnos de primero segunda fueron saliendo por la ventana. Incluso alguno le dedicó un simpático saludo con la mano.

El peruano seguía hablando, pero Adriana ya no escuchó nada más, hasta que los aplausos del final la despertaron. Minutos más tarde, cuando le avisaron que la directora la esperaba, supo que la pesadilla recién había empezado.

taller celta bar (3)

Imagen:
Un hombre. Un niño. El hombre tiene tomado al niño de la mano. Visten de negro. Al lado del hombre, una maleta. Están parados frente a la puerta de un hotel.

Primer propuesta: describir imagen
El niño tiene el pelo sucio y su ropa desaliñada. Mira el piso. Con su mano libre se rasca la cabeza y luego se mete un dedo en la nariz.
El hombre no mira al niño, sino que alterna su mirada entre ambas esquinas. Se oye música desde la ventana del viejo hotel, que tiene la pintura descascarada, algunas luces rojas encendidas, y un tubo de luz que titila a punto de apagarse.
Hay niebla en el aire y nadie camina por esa cuadra.
Ruidos de vidrios rotos y de gritos dentro del hotel.
El niño se sobresalta y el hombre levanta una ceja, sosteniendo con firmeza al niño y a la maleta.

Segunda propuesta: una historia
Está impaciente. Impaciente y enojado.
Nunca le dijeron que tendría que hacerse cargo durante días de ese mocoso. “Tenés que preguntar todo, Pardo”, le había dicho hace años quien lo inicio en el negocio.
Pero el Pardo nunca terminaba de aprender que el “todo” siempre incluía algún detalle que a él se le escapaba.
Lo habían llamado para que se hiciera cargo del “paquete” por unos días. Ya lo había hecho otras veces. Siempre se trataba de alguna señorita recatada o algún funcionario temeroso que se quedaban quietos ante la sola presencia de los dos metros del Pardo.
Nunca necesitó ni siquiera atarlos, así que ya acostumbraba ni llevar una soga.
Había ido a contactar a Beltrán en el sitio habitual, donde le dio las coordenadas: “Habitación 205, del hotel Lincoln. En dos días lo retiramos, no van a tardar en pagar el rescate”

Cuando entró a la habitación y vio el “paquete”, el Pardo tembló por primera vez en su vida. No debía tener más de cinco años y lo recibió con una sonrisa y una pelota en la mano.
Tres días. Tres días caminando por toda la puta habitación 205, trepándose a todo lo que estaba allí... incluido el Pardo.

taller celta bar (2)

Lo había oído en la radio. O en la tele, no estaba seguro: El agua estaba subiendo rápidamente en la ciudad. El río desbordaba.
Cuarenta centímetros, habían dicho. Cuarenta centímetros siempre le había parecido poco. ¿Cuánto eran cuarenta centímetros? ¿La altura de la mesa ratona? ¿Dos o tres escalones?
Pero ahora, cuarenta centímetros, cuarenta centímetros sobre el nivel habitual del río, cuarenta centímetros de ese fluído que siempre había sido azul y dejaría de serlo, le parecía un montón.
No quería creerlo, no quería imaginarlo y sin embargo forzosamente aparecía en su mente la imagen del zaguán de su casa inundado, con algún que otro pez colonizando su territorio.
Lo horrorizaba la idea de tener que irse del lugar en dónde había pasado toda su vida.
Así que cuando vio pasar el agua por debajo de la puerta, empalideció, quiso decir algo, pero sólo articuló algunos ecos de un tartamudeo, y cuando su mujer le tomó la mano, despertó.

taller celta bar (1)

El silencio. Malena recordaba sobre todo el silencio de aquella noche. La última. Apenas resquebrajado por algunas notas que le arrebató al cansado piano, y que sólo sirvieron para que el silencio se oyera aun más ensordecedor.
Lo miraba leer, como siempre.
Y, como siempre también, se preguntaba qué estaría pensando. Imposible creerle las incontables veces que el respondía: “Nada”.
“No se puede pensar en nada” le retrucaba ella.
Habían repetido esa escena una y otra vez. Pero esa noche, la última, Malena lo miraba leer, como tantas veces, y no le preguntó nada.
Se dirigió a su habitación, tomó su valija.
Se despidió del piano con una mirada, y partió hacia el bar.
Recién allí, respirando el bullicio y el olor del café tostado, supo que no se sumergiría en aquel silencio nunca más.

Ventanas

Aquel mago tenía su guarida llena de ventanas mágicas, que colgaba y descolgaba de una gran pared de madera, y que cambiaba según sus ganas. Una de esas ventanas estaba llena de soles, para cuando el mago se sentía feliz. Otra, apenas iluminada, dejaba pasar una brisa fresca para cuando él quería quedarse en su guarida meditando, meditando, meditando. Había una más, en la que llovía a cántaros; sólo la colgaba cuando estaba infinitamente triste y solo. Nadie sabe cuántas veces ha colgado el mago esa ventana.
Tenía además una ventana diminuta: la utilizaba para observar de cerca, sin ser visto. Es que este mago era extremadamente curioso. Y un gran observador. Cuando colgaba esta ventanita, podía ver a las personas como si estuvieran a su lado y detenerse en cada detalle. Por suerte, nuestro mago era tan, pero tan discreto, que jamás le contó a nadie nada de todo lo que observó; y hasta hay algunos desconfiados que afirman que jamás existió tal ventanita.
Pero créanme que sí, que esa ventanita estuvo allí.
La más fantástica, era una gran ventana con cielos de colores, que el mago colgaba sólo para divertirse y desconcertar a sus invitados, que ya no sabían si era de día o de noche, si estaba nublado o había sol.
Igualmente, las ventanas no eran los únicos objetos encantados en ese lugar…
El mago escondía muchos otros tesoros: viejos libros amarillísimos y llenos de secretos, coloridas esferas voladoras que podían transformarse en elefantes o en sapos, verrugas de rinoceronte, papeles que se transformaban en conejos, y un cofre lleno de palabras olvidadas. Entre sus objetos más extraños había un reloj algo particular. Aparentemente, era un reloj de arena como cualquier otro.
Pero no: Este reloj medía el tiempo del alma del mago.
Si el mago necesitaba horas, días, semanas para reflexionar sobre cómo mejorar un truco, la arena bajaba despacito, de a un granito a la vez, y podían pasar meses desde que daba vuelta el reloj hasta que toda la arena pasara de un lado al otro: Cuando el mago intentaba desentrañar el misterio para una pócima infalible contra los estornudos, la arena demoró once días en bajar. Y mientras resolvía el complejo cálculo de un sortilegio que transformara tres pequeños cubos de madera en una locomotora con dos vagones, la arena bajó en tres semanas y media.
Otras veces, pocas, la arena se deslizaba hacia arriba. Esto sucedió en momentos en los que el mago deseó fervientemente volver el tiempo atrás. Lo más frecuente, sin embargo, era que el reloj se detuviera. Incluso algunas veces quedó flotando en el aire algún granito de arena durante días y días.
Y pocas, poquísimas veces, el reloj corría a toda velocidad. Esto sucedió por ejemplo, aquella tarde en que un viejo hechicero, que odiaba profundamente a nuestro mago porque siempre le ganaba en los concursos de hechicería, realizó un conjuro para que se inundaran las casas de todos los amigos del mago.
El hechicero sabía que el mago trabajaba concentradísimo en un truco para convertir un granito de café, dos de azúcar y tres miguitas de pan, en una merienda para quince personas. Este truco, con seguridad, ganaría el primer premio del concurso anual de magia.
Los amigos del mago, alarmados, fueron llamándolo uno por uno para contarle que sus casas se inundaban lentamente. Y el mago trabajó a toda velocidad, encantando las casas de sus amigos para transformarlas en barquitos, hasta que pudiera detener con otro conjuro la constante crecida del agua.
Al día siguiente, seco el suelo, vueltos los barcos a ser casitas, el mago convidó a sus amigos con la merienda mágica. Y, como era previsible, volvió a ganar el primer premio en el concurso de hechicería.
Una vez, el reloj de nuestro mago empezó a dar vueltas solo. No terminaba de pasar la arena, que el reloj nuevamente se invertía, o giraba como un trompo, o rodaba de lado, o permanecía inclinado durante horas. Hay muchos rumores que intentan explicar qué ventana colgaba el mago en los momentos previos a que el reloj enloqueciera de esa forma, pero ninguno es lo suficientemente confiable como para que yo los distraiga con esas versiones.

hadas

(Cuentan quienes estuvieron en el bosque, que las hadas que son olvidadas, mueren lentamente de pena)

Dicen que las hadas vuelan sólo cuando están alegres. Dicen que están alegres sólo cuando se sienten queridas. Dicen que se sienten queridas sólo cuando alguien las cuida, mirándolas con ternura mientras danzan, sacándoles las pelusas de sus alas o contándoles fantásticas historias que las hadas escuchan cautivadas mientras beben jugo de moras endulzado con miel.

Cuentan que sólo pueden cuidarlas quienes son capaces de reconocerlas, escondidas como andan entre todos los seres del bosque. Y que sólo pueden reconocerlas aquellos capaces de descubrir las nubes que cubren sus ojos, que son los mismos que pueden ver la risa de la luna.

Se sabe que sólo se puede cuidar de un hada a la vez, porque necesitan mucho cariño. Además, comentan por ahí que son muy vulnerables, y que lo disimulan hábilmente. Cuando un dolor oprime el alma de un hada, ella canta y canta hipnotizando a todos los que encuentra a su paso, y sólo muy pocos descubren en esa melodía la tristeza de estos seres.

Parece que cuando están alegres, vuelan y sus alas emanan aroma a durazno. Y si están aun más alegres, estallan en carcajadas que mueven las copas de los árboles sacudiendo sus ramas y provocando que sus hojas les hagan cosquillas a las mariposas, quienes mueren de envidia porque pueden volar, pero no reír como las hadas.

Dicen que cuando dejan de cuidarlas esperan, esperan, esperan... hasta un día en que se secan de tanto llorar lágrimas de rocío, y se van lejos, y ya no vuelven.
Y que quien ha descuidado a una de ellas es condenado a recordar por siempre a su hada abandonada, y a buscarla eterna e inútilmente.
Porque quien la descuida no puede volver a encontrarla nunca, jamás.

...

El bote está invadido de brujas:
la que vino para llorar, pero se ríe,
otra que no sabe a qué vino, y llora,
una que anda por el mundo reparando almas.

Yo sigo remando en el bote
acompañada de tantas soledades,
con dos orillas enfrentadas
como destino.

Cada vez más cerca de ambas.
Ya se.
Parece imposible.
Es solo que nunca me llevé muy bien
con esto de la navegación

y si...

¿y si todo fuera como no parece aun, pero va siendo?

crónicas del paisito

Cosas del carnaval


“Ensayo de murga y otras yerbas”
Amiga... ¿Cómo estás?
Yo bien, como verás, algo alejada de este aparatito.
Acá en el paisito, como siempre, el tiempo se trasforma en una gran nada, mezcla de lecturas, largas charlas, caminatas playeras, cálidas comidas, música y mate.
Todo en un perfecto desorden de alternancia, que se repite una y otra vez.
Entro en un estado maravilloso que se me presenta a los sentidos (o a la conciencia, o al ser, o a lo que sea) como eterno, como si la vida fuera esto, aquí, antes y siempre...
Entre las nuevas experiencias, que me sacan de esa mezcla entre lo zen y lo charrúa (todo oriental al fin y al cabo) anoche asistí por primera vez a un ensayo de murga. Me hubiera encantado que estuvieras ahí…
Fue una celebración ver las pasadas de los mismos temas, una y otra vez, para pulir unas voces, agregar un chiste, coordinar los tiempos con la percusión, ajustar los movimientos, etc.
Y en el intervalo, entrelazados con las hamburguesas, choris y las infaltables cervezas heladas, los comentarios de los murguistas, contando cómo se sintieron.
La letrista, cosiendo y cortando ideas, el escenográfo mostrándonos orgulloso la maqueta, el Rayo (mi primo ¿te acordás?) y yo aportando tímidamente nuestra impresión (siempre más tímidamente yo que el Rayo).
El director, atento a detalles imperceptibles para mortales como nosotros. Segunda pasada, con letras agregadas en el intervalo, nuevas ideas, y un poco más de público del barrio, que se acerca cada noche a acompañar la creación.
Y los murguistas, alimentados de esas miradas, pasada la media noche cantan como si fuera la primera o la última función, a pesar de que hace meses que cada tarde se juntan en ese club a ensayar, y que sus trajes y maquillaje aun no están listos... Fin del ensayo. Aplausos.
Ya casi tengo la camiseta de La Gran Muñeca. Vos también serías hincha fanática si hubieras estado ahí. Relajarse, más cerveza, fumar un poco. "¿Pinta un voley?". Se nota que Momo, rey del carnaval, los bendijo con el don de la energía infinita. El voley se demora, se pican los choris que quedaron. "¿Así que sos de Buenos Aires?", "¿Hasta cuándo te quedas?" Los murguistas despliegan otros colores, aceptan los aplausos, cuentan sus proezas carnavalezcas. Se lucen con sus mejores chistes frente a las poquitas colombinas que nos quedamos, una vez finalizado el ensayo, en ese universo masculino. A las 2, se arma el voley. El cielo amenaza seriamente con aguar la noche, y hay un largo viaje hasta Lagomar. Así que nos despedimos de la murga.
Por supuesto, con la promesa de volver…


“Desfilando con la muñeca”

Amiga…
Aquí estoy otra vez, con buenas nuevas.

Anoche fue el desfile inaugural del carnaval.Es un evento increíble, que invade el centro de Montevideo, desde la plaza Independencia hasta unas cuadras pasando la Intendencia.
La avenida 18 de Julio se llena de sillas a los costados, y absolutamente todas las agrupaciones que participan del carnaval desfilan esas 15 cuadras.Salen las cuerdas de tambores, sonando con toda la fuerza y moviendo sus coloridas banderas.
Salen los parodistas cantando y bailando.Salen las carrozas con sus vedettes y sus brillos.Y salen las murgas.Nosotros salimos también, acompañando a La Gran Muñeca.
Hacía diez años que esta murga no salía, y había mucha expectativa.Nos encontramos con ellos en la puerta del Solís.
Ya estaban calentando la garganta cantando, y tomando unos vinos (con pajita, “pa´ no sacarse la pintura”).Los trajes coloridos y el maquillaje, nos dificultaron reconocer a los murguistas."¿Dónde está el Toro?". "Acá", respondió delante de nuestras narices.El dueño de la murga, hijo y nieto de integrantes de la antigua Gran Muñeca, estaba visiblemente emocionado. De tanto abrazar y besar a "sus" murguistas, tenía toda la cara llena de brillo. "Si no los beso ahora..." se disculpaba.Sacaron muchas fotos.El fondo del teatro les daba el marco ideal, con sus trajes de colores.Se los notaba orgullosos."Mirá" me dijo uno "nosotros hicimos zapatos", mostrando sus enormes botas naranjas y azules, que nada tenían que envidiarle al vestuario de Star Wars. "Ninguna murga hace zapatos, fijate fijate" me señalaba mientras pasaban otras agrupaciones.Por supuesto, me saqué una foto con un murguista. El con su traje, yo con su gorro, que me quedaba enorme."Mirame" me decía "como si estuviéramos enamorados".Y claro, yo lo miraba... y soltaba la carcajada.El con su cara teñida de blanco y negro, yo no podía contener la risa."Vo, dale, en serio... ¿de que te reís?"No sabía cómo explicarle, pero la fotógrafa tuvo paciencia y las fotos salieron lindas.Nada románticas, como esperaba nuestro pierrot, pero muy lindas.

Se que vas a reprocharme que no te esté adjuntando alguna, y me recordarás que ofreciste tantísimas veces prestarme tu cámara. Sabés como soy. Igual después te consigo alguna. Prometido.Volviendo al desfile. Pasada la medianoche, nos pusimos en la cola de salida.Nos dieron las acreditaciones que nos permitían entrar, cada una con la especificación de su rol: "director", "asistente", etc.Las nuestras decían "propaganda", que es la acreditación que se les da a quienes ingresan como sponsor. Como “La gran muñeca” no tiene ningún sponsor, entonces nosotros no hacíamos propaganda de nada.El policía que nos dejó pasar nos miró con desconfianza, pero pasamos...¡Qué adrenalina, cuando arrancás, con la avenida toda iluminada por delante!Salió la bandera de la murga, atrás los murguistas danzando y saltando, al ritmo de su batería. Y nosotros detrás, acompañando con aplausos, un poco de baile y un poco de canto de las letras que ya nos habíamos aprendido.
Los niños, como locos, seguían de cerca a los integrantes de la murga, tirándoles papelitos. Pasaban las cuadras y cada vez más chiquilines, jugando con ellos.Una fiesta. De pronto, uno de los murguista saca a bailar a alguna señorita del público que se anima pudorosa.La gente les da la mano, les pide para sacarse fotos.Y los murguistas disfrutan ese momento de gloria, que es además, el tobogán sin retorno a las próximas noches: los espera más de un mes pasando las noches de tablado en tablado.Y así transcurre más de una hora de desfile.Llegamos al final cansados, y contentos.La batería cierra su extensísimo solo de percusión, y todos aplaudimos.Los murguistas parten hacia el micro, y nosotros de vuelta a plaza Independencia a buscar el auto, y sumarnos al festejo en el club de ensayo.Cuando llegamos al club, el director de la murga andaba protestando…
...el micro había partido sin él, se lo habían olvidado en 18 de Julio y Minas, y se tuvo que ir solo, en un taxi, disfrazado, maquillado y sin un peso.
Cosas del carnaval.

crónicas del paisito

2- "empanadas y calamaro"

hoy amaneció nublado.
buen día para hacer empanadas, acompañados por la música de andrés
fuimos temprano a tienda inglesa a comprar todo. hacer empanadas con el rayo quiere decir que yo cocino el relleno mientras él musicaliza, habla por teléfono, chatea un poco. cuando todo está listo, viene y agrega un poco de curry. entonces, alguien se acerca a chusmear que huele tan bien, y el rayo dice “es el curry”
luego, yo armo un par de docenas y él se arrima a armar la tercera con mi ayuda. es el mejor momento, porque ya una primer tanda en el horno perfuma el ambiente y bailamos al son de café tacuba y los cadillacs (si, se puede bailar mientras se cocina, cómo que no?)
en breve, cuando almorcemos, compartiremos los aplausos, así es el rayo... se hace querer
estamos en el fondo, en su casa
desde acá veo la copa del tilo, y el cielo
el tafa merodea inquieto, hace rato que nadie le da bolilla.
el tafa. blanco, mancha marrón en la cabeza, y en la cola. marca perro
simpático como pocos, buenazo...
salvo que le saquen fotos, nada parece molestarlesiempre está dispuesto a jugar, y si estoy leyendo se sienta al lado mío, mirando el libro como si leyera

anoche fuimos al ensayo de la catalina
diferente a la gran muñeca, ellos ya tienen sus seguidores, y el auditorio improvisado en el club estaba lleno
los murguistas demoraron la salida, estaban nerviosos
los aguardaban, además del público, las cámaras de un canal de montevideo, y la consola que grabaría su presentación y su retirada para el disco 2008
se dejaban saludar por algún fan, abrazaban a la familia que vino a acompañar, se sacaban fotos con los amigos
todo sin perder de vista la cámara de vtv, que registraba cada momento
"arrancamos con la presentación, pa´ calentar" dijo un murguista luego de un largo trago de grapamiel, y todos aplaudieron...

(continuará después del almuerzo)

3- "después de las empanadas"

ahora hay sol
las empanadas salieron estupendas, y duraron muchísimo menos que el tiempo que nos llevo prepararlas
el hecho de haberlas preparado mientras bailábamos nos hizo la ilusión de que al comerlas, todos se pondrían a bailar. pero no
tal vez nos faltó poner música durante el almuerzo, quien sabe...
o definitivamente, la danza no puede mezclarse con cebolla y carne picada

vuelvo al ensayo de la catalina
es fácil encontrar un ensayo de murga en montevideo
así como en febrero se encuentran los tambores persiguiendo su sonido por las calles, en enero, los ensayos de murga se encuentran infaliblemente siguiendo el aroma de los choris o las hamburguesas
si uno tiene buen olfato, llega a destino
luego de la primera pasada "pa´calentar" se encendieron las luces del club, y se preparó el camarógrafo
un murguista pidió que aplaudiéramos y gritáramos a mas no poder, pues ellos amaban la espontaneidad
pasaron otra vez la presentación y retirada
sonó notablemente mejor, y bailaron con mucho entusiasmo
algo le pasaba al cameraman, que en lugar de usar un zoom les acercaba tanto la cámara a los murguistas, que debían empañarla con sus bocas entonando
preciosas las dos canciones, la gente aplaude generosamente, y los murguistas agradecen a su público y a los técnicos de vtv, que se retiran, dejando mucho más distendido el ambiente
es asombroso como, con maquillaje y trajes, los murguistas se ven notablemente mayores, en ambos ensayos me sorprendí de la juventud de los integrantes, y me di cuenta de que tal vez nunca había visto un murguista sin maquillaje... o si lo vi, claro, no me di cuenta de que era un murguista
la canción de jaime roos, colombina, vuelve a hacerse presente
es tan claro estando allí, que las muchachas miran diferente a ese flaquito de lentes, que a ese murguista flaquito de lentes cantando
o que el gordito de buzo gastado, se vuelve un galán cuando da los primeros saltos
y el moreno que pasaba desapercibido, toma un brillo inesperado cuando hace los rulos de tambor
el ensayo prosigue, y presentan su couplet, la gente estalla en carcajadas
algunos fanáticos ya se saben las letras y acompañan
el director arenga a los integrantes como si estuvieran en el concurso, y los murguistas cantan como en el teatro de verano.
así, una y otra vez, cada vez mejor, cada vez mas grapamiel, y más chistes fuera de guión, "ese metelo que está bueno"...y nos vamos aprendiendo todos las letras, y ya estoy pensando que podría ser hincha de la catalina, que problema

varias pasadas del couplet...en el medio me hago amiga de un morenito de unos 8 años, que alterna los aplausos a la murga con un juego de flechas improvisadas con clavitos que encontró en el piso
"las tiran los indios" me explica, " y te matan" me aclara, porque se ve que no parezco una entendida en el tema
la cosa dura hasta medianoche, y luego de comernos un chori con cerveza junto al mediotanque y saludar a los murguistas que se van al ensayo privado (no creas que nos dejan ver toda la magia), partimos con marcelo y el rayo por las calles de montevideo...
parece mentira la cosa que veo...

valkiria (enero/08)

aun

todavia tengo esa sensación de que lo de allá es verdadero y lo de acá es mentira

pintando con palabras


Vuelo temeroso (sept/07)

no temo cruzar
el océano

me aterra
dar el primer paso


Lonely one (sept/07)

Alma pequeña
me mira
desde su soledad carmín

faltó a la cita
una caricia

espera aun?

ojos
tatuados en mi desamparo

boca
que grita una pena
muda

mi música
verde
amarilla
violeta
no tiñe de abrazo
tu dolor

algunas cosas de ayer

julio/07

ya no hay más
de aquel dolor
ya no

cicatriza un cuerpo
sin tu cuerpo

el silencio suena mejor
sin tu voz

el suelo lleno de vacío
y el aire que respiro
me dicen
ya es hora

de amanecer
inundada de sueños

(dale tsunami,
te espero)