El silencio. Malena recordaba sobre todo el silencio de aquella noche. La última. Apenas resquebrajado por algunas notas que le arrebató al cansado piano, y que sólo sirvieron para que el silencio se oyera aun más ensordecedor.
Lo miraba leer, como siempre.
Y, como siempre también, se preguntaba qué estaría pensando. Imposible creerle las incontables veces que el respondía: “Nada”.
“No se puede pensar en nada” le retrucaba ella.
Habían repetido esa escena una y otra vez. Pero esa noche, la última, Malena lo miraba leer, como tantas veces, y no le preguntó nada.
Se dirigió a su habitación, tomó su valija.
Se despidió del piano con una mirada, y partió hacia el bar.
Recién allí, respirando el bullicio y el olor del café tostado, supo que no se sumergiría en aquel silencio nunca más.
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