inaguro este rincón...
orillero...

de este lado ya había
mates llenos de risa,
mucho ruido,
y muchas nueces,
luces brillos jazz y tango,
montones de preguntas sin contestar,
un dolor silencioso e innombrable,
las palabras mas sensatas
en boca de quien prefirió decir dibujando,
y una vedette con preocupaciones geopolíticas...

traigo de allá,
un poco de carnaval en la mochila,
la nostalgia que pesqué en el río,
unos cuantos abrazos,
algo de magia que pasó de contrabando,
ladridos del tafa,
piedritas de lagos y mares en los zapatos,
el sonido de los tambores,
y un poco de maquillaje que me dejó un murguista al bajar del tablado

vamos a ver qué sale...
quien sabe...





taller celta bar (4)

Prupuesta: Escribir a partir de una noticia del diario: alumnos de secundario se escapan en una feria de ciencias.

“Que pendejos hijos de puta. Los odio. Los odio con todo mi ser”
Eso pensaba Adriana Benvenuto mientras caminaba rumbo a la dirección de la escuela.
La gorda Malatrasi la había mandado llamar y seguramente la humillaría delante de todos con un sermón plagado de lugares comunes.
Se habían ido todos, todos.
El taller estaba repleto con todos los alumnos de la escuela.
Adriana había esperado ansiosa ese día. La gestión para invitar aquel ceramista peruano para dar una charla a los alumnos había sido el motor de su existencia desde hacía meses. Y lo había logrado.

Todo estaba preparado. Se suspendieron las clases y todos los cursos fueron ocupando su sitio en aquel lugar lleno de polvo de arcilla y esmaltes.

Les había pedido especialmente a sus alumnos de primero que fueran respetuosos. Conocía el nivel de bullicio habitual de esas veinte endemoniadas almas, y les hizo prometer que no interrumpirían la conferencia con sus chistes. Se lo juraron.

Todo estaba dispuesto. Adriana estaba atenta a cada detalle. El grupo de primero segunda, tan temido, se sentó tranquilamente en el fondo, bajo la ventana que da a la calle Bulnes.

Adriana los tenía de frente, para vigilarlos, y su invitado de espaldas. “Mejor imposible” se dijo imaginando posibles bromas silenciosas.

Su invitado comenzó a hablar. Adriana se sentía orgullosa. La directora por primera vez le reconocería el esfuerzo dejado en esa escuela.

Hasta que de pronto los vio. Martín abrió la ventana, detrás del armario, la miró, le sonrió, y salió. Detrás de él, Leo.
No supo que hacer, quedó congelada. Las directora no los veía desde su sitio y ella pensó que interrumpir la charla para evitar que se escaparan dos alumnos la dejaría muy mal parada.
Así que hizo silencio. Gran error.
Luego de una pausa de segundos, uno a uno, todos los alumnos de primero segunda fueron saliendo por la ventana. Incluso alguno le dedicó un simpático saludo con la mano.

El peruano seguía hablando, pero Adriana ya no escuchó nada más, hasta que los aplausos del final la despertaron. Minutos más tarde, cuando le avisaron que la directora la esperaba, supo que la pesadilla recién había empezado.

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