Debían llegar en cualquier momento. A Juliana las esperas breves siempre se le hacían más insoportables que las extensas. Cinco minutos aguardando un llamado eran, sin ninguna duda, mucho más largos que los ocho años que duró su carrera de arquitecta.
A las ocho habían dicho. Eran ocho y diez, así que la espera ya no tenía medida.
Desde que él se lo contó, había tenido un mal presentimiento. Había algo que la inquietaba en ese plan. “Son sólo dos días, llegamos el 31 y brindamos juntos” le había dicho Rodrigo dos semanas atrás.
Y Juliana aceptó. Aceptó sabiendo, a pesar de su intranquilidad, que cualquier argumento que opusiera iba a parecer un capricho.
¿Era que no quería empezar sus vacaciones sola? No. Lo había hecho otras veces, y no había sido un problema. Aún así, había algo en ese plan que no le cerraba. Algo le decía que no era una buena idea. Algo.
Pero Rodrigo estaba tan entusiasmado con la posibilidad de pescar a la encandilada con sus amigos, que la conmovió y la invitó a desestimar su intuición.
“Nos encontramos allá de nochecita” le dijo abrazándola al despedirse “Me esperás con una picadita y una cerveza” agregó intentando seducirla con la propuesta.
Así que allí estaba Juliana.
La picada intacta sobre la mesa.
La cerveza en el freezer.
Allí estaba Juliana acompañada sólo de su mal presagio.
Ocho y media. Nueve.
No se sorprendió de que pasara la hora y no llegaran. En el fondo, ya lo sabía.
Llamó repetidas veces al celular de Rodrigo. Nada.
No tenía a quien recurrir. Nadie en kilómetros a la redonda de esa playa desierta. Y encima año nuevo.
Nueve y media. Diez.
Los minutos caían con cuenta gotas
Un vaso con whisky al que se acercaba y del que se alejaba, era su única referencia.
Pasadas las once recibió en su celular la llamada del hospital. La estaba esperando.
“¿La señora de Mendizábal?”preguntó una voz esterilizada del otro lado del teléfono.
Lo que esa voz dijo, no quedó registrado en la conciencia de Juliana. Como algo automático, el nombre del hospital y el número de habitación pasaron directamente a su mano, que lo apuntó en una de las servilletas que estaban en la mesa.
Ya tenía todo listo: el bolso, las llaves del auto, un abrigo. Bebió el medio vaso de whisky que aun quedaba y salió.
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1 comentario:
Estas pequeñas historias cortas me gustan... tienen un suspenso y una tension interesante...
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