inaguro este rincón...
orillero...

de este lado ya había
mates llenos de risa,
mucho ruido,
y muchas nueces,
luces brillos jazz y tango,
montones de preguntas sin contestar,
un dolor silencioso e innombrable,
las palabras mas sensatas
en boca de quien prefirió decir dibujando,
y una vedette con preocupaciones geopolíticas...

traigo de allá,
un poco de carnaval en la mochila,
la nostalgia que pesqué en el río,
unos cuantos abrazos,
algo de magia que pasó de contrabando,
ladridos del tafa,
piedritas de lagos y mares en los zapatos,
el sonido de los tambores,
y un poco de maquillaje que me dejó un murguista al bajar del tablado

vamos a ver qué sale...
quien sabe...





frío

Duerme, por fin duerme.
Mónica se queda inmóvil contemplando la respiración algo entrecortada de su hijo.
Le corre un mechón de pelo de la cara, como si con ese gesto facilitara el ingreso de oxígeno en esos pequeños y fatigados pulmones.
Cuando el alivio empieza a apoderarse de su cuerpo, también la respiración de Mónica empieza a aquietarse.
Lleva cuatro días pendiente de los matices en la tos de su hijo, clasificando silbidos y midiendo el ritmo de inhalaciones y exhalaciones.
Matías sufre de broncoespasmos desde muy pequeño, desde hace cuatro años. Exactamente desde hace cuatro años, siete meses y doce días.

Desde aquella noche, en que por primera vez su marido llegó a su casa mucho más tarde del horario habitual. Aquella noche en que él entró a la casa, y se dirigió directamente al dormitorio sin siquiera saludar a su mujer que cenaba en la cocina, intentando conjurar con un programa de noticias la intranquilidad que le producía la espera. Aquella noche en la que él tampoco entró al dormitorio para darle un beso a su hijo.
Aquella noche en que con notable parsimonia metió casi toda su ropa en una valija ante la mirada estupefacta de Mónica, y luego de cerrar el cierre y el candado, la miró y sólo dijo “me voy”.
A ella le llevó unos pocos segundos salir del estupor, y cuando intentó articular una palabra, una pregunta, él la detuvo lanzándole una mirada helada.
Ese hielo quedó flotando en el aire luego de que su marido cerrara la puerta, y congeló a Mónica durante un rato. Minutos, horas. No tiene noción de cuánto tiempo estuvo parada, quieta, mirando aquella puerta.
Un sonido desconocido la despertó del hechizo.
Un silbido.
Prestó atención. Otro silbido.
Corrió hacia la habitación de Matías. Su hijo, transpirado, hacía entre sueños enormes esfuerzos por respirar. Mónica lo envolvió en una frazada. Corrió a buscar dinero que guardaba en un sobre bajo sus pullovers, corrió a buscar la credencial de la obra social en el cajoncito del escritorio, y luego corrió con su hijo en brazos a la calle, a buscar un taxi.

Desde el frío de aquella noche, silba la respiración de Matías y Mónica no puede dejar de correr.

2 comentarios:

mato dijo...

el frío se siente, los sonidos que llegan de la habitación de matías se sienten, el silencio se siente.

Anónimo dijo...

sip... la angustia se contagia y cala hondo en los huesos...